Los panes que saben a Jalisco: birote, tachihual, picón y muriel
- heyjaliscoo
- hace 1 día
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En Jalisco hay sabores que nomás de olerlos te cuentan una historia. Cuatro panes en especial —el birote, el tachihual, el picón y el muriel— son parte de esa herencia que se hornea cada día en barrios, pueblos y mercados. Más que antojos, son símbolos que nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos.
1. Birote: el orgullo tapatío que sostiene tortas y tradiciones
El birote es nuestro pan por excelencia. Ese crujiente por fuera y esponjadito por dentro que no se dobla ante ninguna salsa y que hace posible la torta ahogada. Nació en Guadalajara y se volvió parte del ADN culinario de la ciudad. Su valor es enorme: representa la creatividad tapatía para transformar ingredientes sencillos en algo único. Además, su elaboración tradicional —con fermentación natural y hornos artesanales— mantiene viva una técnica que ha resistido generaciones.
2. Tachihual: el pan que abraza la Ribera de Chapala
En Ajijic y los pueblos del lago, el tachihual es casi un ritual. Este panecito de corteza dorada, glaseado con azúcar y horneado en leña, es el compañero de fiestas, visitas familiares y mañanas frías. Su valor cultural está en que sigue haciéndose “como antes”: amasado a mano, sin prisas, rodeado de historias de abuelas y panaderos de oficio. Es un pan que conecta al lago con su pasado y a las nuevas generaciones con el sabor original del pueblo.
3. Picón: el dulce que une a la Ciénega
En Poncitlán y la zona de La Ciénega, el picón es toda una insignia. Redondito, suave y coronado con su costra de azúcar, es parte de la identidad local y se vuelve protagonista en temporadas como Semana Santa. Representa la convivencia comunitaria: familias enteras lo compran para compartir en reuniones, procesiones o sobremesas eternas. Su importancia cultural está en que es un pan festivo, de esos que marcan el calendario emocional del pueblo.
5. Muriel: la caricia dulce de la panadería tapatía
El muriel es menos famoso que el birote, pero igual de querido para quienes lo conocen. Es suave, aromático y suele llevar azúcar o canela, a veces con rellenos como ate. Es el pan que encuentras en panaderías tradicionales de barrio, ese que acompaña el café de la mañana o la cena familiar. Su valor está en que preserva la panificación casera tapatía: sin pretensiones, pero con toda la esencia de hogar. Es un recordatorio de que lo tradicional también puede ser tierno, dulce y cotidiano.
Un Jalisco que se hornea todos los días
Estos panes no solo alimentan: cuentan historias. El birote nos recuerda que Guadalajara es ingenio; el tachihual celebra la vida alrededor del lago; el picón une a la comunidad; y el muriel mantiene vivas las panaderías de barrio. Cada uno es un pedacito de identidad tapatía, un sabor que nos acompaña desde la infancia y que sigue marcando la vida de nuestros pueblos.







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